Breves
de Belvile
Jorge Luis Borges, traductor del Quejote

It’s all fine.
It’s all gone.
Left alone with nothing.
Nothing but this song.

En la antigüedad, si fuera razonable llamar antigüedad los eventos ocurridos tres décadas en el pasado, las cartas de papel portaban exclusívamente buenas noticias. Saludos de navidad y de comienzo de año, conocimientos y saberes novedosos o adquiridos recientemente, la fecha exacta en que el amor de los cuerpos se materializaría durante el transcurso de la siguiente temporada estival, proyectos futuros ajenos o conjuntos, invitaciones, bibliografía y libros de estudio, poemas y transcripciones de canciones populares cuyas melodías y arreglos descubiertos, como un regalo oculto en el interior hueco de un libro, disimulaban exquisitas composiciones clásicas.

Hoy, el uso de cartas de papel se limita a transmitir las malas noticias y la publicidad no solicitada que ningún individuo desea expresar en persona. Acaso si el segundo evento no fuera un caso particular del primero.

El inicio de la adultez está signado por la ausencia de cartas físicas que comunican eventos agradables razonó Juan Worden esa mañana, en el instante de firmar la recepción de la carta documento certificada en el recibidor de su casa.

– Hay quién nunca ha recibido tales cartas razonó un poco más.

Tras cerrar la puerta de entrada del recibidor apoyó el sobre en la mesa baja frente al sillón, preparó la tetera de té negro, se acomodó en el sillón y abrió el sobre.

Una invitación para la realización de una reunión personal en las oficinas de una casa editorial desconocida por él.

La invitación, de modos ambiguos y educados, no especificaba el motivo.


La relación entre Juan Worden y la literatura era breve y funcional como su relación con el periodismo.

Habiendo trabajado en la industria del diseño, desarrollo e implementación de klovechos durante la totalidad de su vida adulta, al descubrir ciertos manejos que esta industria realizó durante 30 años para lavar dinero de actividades ilícitas (drogas, robo y venta de información, oferta y contratación de servicios de compañía erótica), Worden inició la publicación de un pasquín noticiario con crónicas y con denuncias de aquellos ocultamientos y de aquellas falacias ejercidas por sus empleadores del pasado.

En simultáneo, Juan Worden publicó, en ese mismo pasquín, aquella información relativa a la industria de klovechos que consideraba de valor real. Información que ninguna institución ni ningún individuo había compartido con él como tal.

Carente de recursos más apropiados, literarios ni materiales, publicó sus crónicas, denuncias e información en forma de cuentos pobremente escritos, de poemas inapropiadamente rimados, y hasta de recetas culinarias mal cocidas.

Llamó su pasquín de quejas y denuncias El Quejote de la marcha.

Luego de la publicación de El Quejote, Juan Worden fue despedido y desterrado de la industria de klovechos.

Desde entonces no había recibido ninguna propuesta honesta de trabajo. Mucho menos ninguna propuesta de trabajo honesto.


Los primeros días del mes de Noviembre Juan Worden se presentó en las oficinas de la editorial.

Ni las oficinas ni su ubicación auguraban un buen día.

Ubicada en la zona ´descuidada´ de la ciudad, eufemismo diplomático para nombrar aquella zona de la ciudad en la que sucesivas administraciones emplazan aquello que consideran poco agradable para uno o más de sus cinco sentidos, la oficina en sí misma lucía más como showroom de mueblería de décadas pasadas que como editorial.

No obstante esta impresión edilicia, detrás del escritorio grande en exceso, verde en exceso y metálico en exceso se hallaba un individuo educado, afable y atento.

Más que eso. Diligente, eficiente, claro. Dispuesto a responder cualquier inquietud y pregunta que Juan Worden formulara.

El motivo de la cita era comunicar el deseo de un socio de la editorial de adquirir, a través de ésta, los derechos de traducción de El Quejote hacia una cantidad de lenguas extranjeras.

Las lenguas extranjeras, como todo otro detalle que Juan Warden pudiera pensar, se hallaba especificado con minuciosidad en el borrador de la propuesta.

– ¿Por qué alguien querría traducir El Quejote, unos pocos cientos de páginas mal redactadas, a otra lengua? comentó para sí, sorprendido por y absorto en la lectura de este borrador.

– ¿Cómo dice?

Juan Worden recordó hallarse en presencia de otro individuo.

El Quejote está póbremente escrito. Hasta yo mismo reconozco ésto. En una analogía musical, es una canción de cuna de cuatros acordes compuesto por un principiante. ¿Por qué alguien querría traducirlo?

– El rol de la editorial se limita, en este instante, a comunicar propuesta y deseos de nuestro cliente. La editorial no podría responder esta pregunta.

– Peor que eso. La página del El Quejote posee un contador de visitas. Nadie lo ha leído en su lengua original. Menos lo leerán en otras lenguas.

– Acerca de esta cuestión me encuentro en condición de aportar algún dato. Decir que nadie lo ha leído podría ser algo impreciso.

– ¿Qué significa?

– El protocolo de la Web es precario, por decir lo menos1. Es probable que su contador de visitas no reporte el número real de lectores. Una política agresiva de una técnica llamada caching y un proveedor de internet o router inescrupuloso que manipule creativamente las tablas de DNS de una casa, de un edificio, de una ciudad, de una provincia, podrían ´copiar´ su sitio antes de que las solicitudes lleguen a su contador de visitas y servirlo desde una copia. El reporte indicaría unas pocas visitas cada vez que la publicación se actualiza. Desde ese instante se sirve la copia sin pedirla a su servidor. Sin contabilizarla. Independiente de ésto, me limito a transmitir el pedido de mi cliente.

Sin comprender el motivo del interés en su obra, sin hallar motivo de preocupación ni intención espúrea en el borrador, Juan Worden firmó la cesión de los derechos de traducción de su Quejote a la editorial.

Desde ese instante, y durante un año exacto, de Diciembre a Diciembre, el primer día hábil de cada mes Juan Worden recibió una transferencia en su cuenta bancaria personal correspondiente a las regalías originadas en la traducción del Quejote. Suficiente para vivir sin preocupaciones financieras.


Transcurrido un año Worden se presentó por segunda vez en estas oficinas de la editoral.

En esta ocasión, para solicitar explicación.

La transferencia de Diciembre del segundo año doblaba en monto las transferencias anteriores.

– Qué decirle. Su libro se ha estado vendiendo bien en el extranjero.


El mes de Diciembre del cuarto año transcurrido desde la traducción del Quejote, Juan Worden se encontraba en las mismas oficinas de anticuario.

– Exijo conocer qué está sucediendo – reclamó con algo más de vehemencia que el año anterior. – Por cuarto año consecutivo, las regalías provenientes de la traducción duplicaron las del año previo. Exijo conocer el motivo.

– Ignoro los detalles financieros. La editorial se limita, en este caso, a actuar de nexo entre autor y traductor. Aún así, existe un dato que, quizás, ilumine, siquiera parcialmente, la cuestión. El mayor porcentaje de regalías proviene de la traducción de una única lengua.

– ¿Qué lengua sería?

– La lengua de Jai Qu.

Jai Qu poseía una población muchas veces superior de aquella del país de Juan Worden. El percentil 1 por mil de los individuos más inteligentes, o más aptos para el deporte, o más informados, superaba por mucho la población completa de su país. También el percentil 1 por mil de los individuos más curiosos y lectores.

De acuerdo con la editorial, por este motivo era razonable, era incluso esperable, una curva inicial de regalías en apariencia exponencial.

De acuerdo con Juan Worden, eran patrañas.

Aquella fue toda la información que Worden obtuvo de la editorial respecto del origen de las regalías de su trabajo.


El 24 de Diciembre de aquel año, mientras brindaba con una copa de sidra ácida sin alcohol, Juan Worden tomó una resolución.

Buscaría la traducción de su obra tal como se encontraba publicada en Jai Qu.

Allí hallaría, con seguridad, el motivo de las transferencias recibidas por los derechos de traducción del Quejote.


Worden encontró más inconvenientes de los que esperaba para la adquisición de la traducción del Quejote en la lengua del Jai Qu.

Los buscadores de la Web le ofrecieron escasa ayuda. Por lo que a éstos respecta, ni su libro, ni ningún producto, locación ni cultura comprobable de Jai Qu habían existido nunca.

Recordó entonces aquella monografía, en la que nunca antes se había detenido a meditar, de un alumno de su grupo de estudio, muchos años antes, durante su días de estudiante.

Este alumno, callado y reservado, entregó una monografía sobre El Fanstasma de Canterville que le valió la degradación de su condición de estudiante en la institución.

La monografía elaboraba, en primer término, la hipótesis del cuento del autor irlandés como reflejo cruzado entre las culturas de América y de Europa.

Afirmaba que, intercambiando roles, los turistas americanos del castillo de Canterville representaban la persistencia de lo antiguo, la cultura de la repetición de antiguas costumbres griegas y romanas qué, careciendo de aceptación en la Europa del siglo XIX, se indujo a migrar hacia el continente americano para reproducirse bajo el disfraz de ´modernidad´ allí donde hallara un entorno más adecuado para su superviviencia.

Continuaba con un desarrollo acerca del uso de la virtud técnica en naciones desarrolladas como instrumento de disuación para la no-violencia. Estas tradiciones halladas en la ´vieja´ Europa y en regiones del Asia actuarían como demostración de virtuosismo técnico a un tiempo verificable e inapelable.

Este virtuosismo técnico, arquitectura, literatura y música de la antigua Europa, vestimentas, sabores y tradiciones orientales, pero también avances técnicos como alimentos y limpiadores orgánicos, anularía el intento de sometimiento entre pares a través del abuso de asimetría de información y de la ventaja técnica. Mecanismo cuyo alcance no incluyó la lejana tierra americana.

Mas aquello que recordó en ese instante fue la tercer conclusión de este análisis. La más original y deprimente.

El fantasma de Canterville sería, también, la descripción del uso que el continente americano hace de todo lenguaje y de toda comunicación: un soporte publicitario para la venta de sus productos a desinformados e incautos.

TV, radio y prensa ofrecen publicidad, casi sin excepción. Escuelas y universidades adiestran para la venta, sea cual fuere la especialidad estudiada.

Y buscadores de la Web ´encuentran´ únicamente los productos en venta de sus dueños.

– Éste es el real motivo de desdicha del apesadumbrado fantasma – pensó Juan Worden – Nadie habla, escribe, ni obra sino para vender su producto, que beneficia a nadie más que a sí mismo.


Tras hallar nulos resultados en la búsqueda de la traducción de su libro, Worden visitó diferentes librerías e instituciones especializadas en la cultura de Jai Qu.

En una de estas instituciones halló dónde solicitar la adquisición de un ejemplar de la traducción del Quejote.


El 3 de Enero Juan Worden abrió, en sentido figurado, el email en la pantalla de su computadora.

Éste solicitaba su presencia en el local para resolver un inconveniente imprevisto para la adquisición del ejemplar de la traducción.


En el local especializado en literatura de Jai Qu Juan Worden conversó con un especialista, quien se expresaba en lengua de Jai Qu, y con un traductor que traducía al español.

El traductor informó que Juan Worden debía especificar qué edición de la traducción deseaba adquirir entre aquellas existentes.

Worden recordó que el contrato de cesión de derechos incluyó una cláusula que permitía a la editorial realizar cambios sin su aprobación explícita en ediciones posteriores de la primera edición aprobada.

Encontró tal cláusula deseable para dinamizar el proceso de edición después de la primera edición revisada.

Worden respondió que deseaba adquirir alguna, cualquiera, de las ediciones existentes. Aquella que la librería juzgara más oportuna.

El librero solicitó al traductor explicar que tal elección era atributo y responsabilidad del autor. Indelegable en la librería.

Deseando comenzar por adquirir al menos un primer ejemplar, Worden juzgó razonable solicitar la edición más reciente.

Su decisión fue recibida sin objeción ni aprobación particular.

Habiendo resuelto la cuestión, un instante antes de retirarse el librero preguntó, con debido respeto y protocolo apropiado, de qué modo planeaba traducir el libro del Jai Qu al español.

Aún no había resuelto este asunto.


Tras visitar una cantidad de instituciones Worden eligió aquella que le inspiró mayor confianza para el trabajo de traducción.

El traductor informó que una traducción meticulosa insumiría entre 3 y 6 meses de trabajo.

Juan Worden ponderó este plazo razonable y confiable a un tiempo.

El trabajo comenzaría de inmediato con la evaluación detallada del libro en lengua Jai Qu.


Transcurridas dos semanas desde que dejara el ejemplar para traducir, Juan Worden recibió un llamado telefónico en su teléfono personal.

El caller id indicaba el número del traductor.

Respondió con sentimiento aprobación. Completar la evaluación de esfuerzo del trabajo de traducción en apenas dos semanas era muestra notable de capacidad y eficiencia.

En verdad, el motivo del llamado era otro.

El traductor solicitaba la presencia urgente de Juan Worden.

No se hallaba en condiciones de realizar esta traducción solicitada.


Worden intuyó que los inconvenientes serían más complejos de los que había calculado en el instante que el librero, un hombre de mediana edad, amable y atento nacido en Jai Qu, invitó realizar la reunión en un despacho aledaño de la librería y preguntó si deseaba beber una taza de té de jazmín.

– Tras examinar las ediciones existentes de su libro me he convencido que la traducción de su obra del Jai Qu al español presenta un conjunto de características que conducen a rechazar este trabajo de traducción – explicó el traductor, una vez finalizadas las preguntas y comentarios de protocolo.

Worden, creyendo que quizás el problema fuera la traducción primera del español al Jai Qu, inquirió si las dificultades técnicas derivaban de una primera traducción superficial a la lengua de Jai Qu.

– Por el contrario. El traductor de su obra original al Jai Qu ha demostrado profundo y extenso conocimiento de la lengua del Jai Qu. Y de su ejercicio. Tanto que una traducción mía del Jai Qu al español Ud. sólo podría juzgarla inadecuada – detalló.

– ¿Por qué la encontraría inadecuada?

– Por ser Ud. el autor original. Y por su intención declarada de examinar la traducción al Jai Qu con minuciosidad. El traductor del Quejote al Jai Qu ha hecho mucho más que una traducción literal. Ha expresado su obra original en estructuras y en giros lingüísticos del Jai Qu que no poseen traducción literal. Estas estructuras poseen diversos significados polisémicos. El traductor del Quejote ha realizado un uso exquisito de los diferentes significados de muchas de estas estructuras, otorgando a la obra escrita en el Jai Qu diversos sentidos y lecturas.
Agregando algo más de complejidad al trabajo que Ud. ha propuesto, diferentes ediciones del Quejote poseen cambios de apariencia insignificante para lectores no nativos que sí poseen distinto significado. Por caso, en la primera edición de la traducción el traductor ha incluído una referencia al árbol de cerezo que en su segunda edición re-escribió como una referencia al árbol de ciruelo. Estos términos poseen, además de su significado literal, un significado cultural preciso creando, en ocasiones, significados opuestos o antagónicos uno del otro.

Al oir la explicación el primer pensamiento de Juan Worden fue recordar cuál pasaje del Quejote incluía una referencia de un árbol de cerezo. O de un ciruelo. O de una planta cualquiera. Quedó bastante convencido de no haber incluído ninguna.

Tras explicar que, habiendo hallado estas dificultades en la edición última, revisó también las ediciones previas, y tras explicar con algún detalle más técnico otras dificultades similares, éste quedó satisfecho de haber informado el motivo para declinar el trabajo de traducción del Quejote a su lengua original.

Worden solicitó al traductor un proceder sugerido.

– Esperaba que el proceder se derivara por sí mismo de los hechos mencionados – comenzó el traductor, sin ironía ni reproche. – Debería considerar realizar la traducción Ud. mismo.

Juan Worden realizó un rápido cálculo mental. El dinero de las regalías del libro le permitiría avocarse al estudio del Jai Qu como tarea de tiempo completo. Adquirir la fluidez mínima en la lengua del Jai Qu podría requerir de 3 a 6 años de estudio. Entonces podría considerar una traducción conjunta junto con un traductor profesional.

El plan parecía, considerándolo todo, razonable.

Juan Worden agradeció al traductor.

Comenzaría por hallar un profesor particular del Jai Qu.


Como cada Diciembre, la transferencia recibida por las regalías del Quejote dobló el monto previo.

Juan Worden concurrió, una vez más, a la editorial solicitando una explicación.

– Sin novedades acerca de este asunto.


El primer año de estudio fue prolífico.

Tras consultar diferentes instituciones se inscribió en un curso del instituto oficial de la lengua del Jai Qu, similar con aquellos de la Alianza Francesa, el Instituto Goethe o el British Council de otras lenguas, a la vez que asistía a clases particulares con profesor privado.

Durante el primer año cursó como alumno regular.

Al comenzar su segundo año surgió, de modo espontáneo, la pregunta acerca de su motivo de estudio.

Con más diplomacia protocolar que curiosidad, uno de sus profesores inquirió el nombre del libro que Juan Worden deseaba traducir del Jai Qu.

Tres semanas transcurridas desde la respuesta de esta pregunta, Worden abrió la puerta del recibidor de su domicilio particular, como cada semana en esa hora, para el inicio de la clase diaria.

Su profesor, tras los saludos protocolares, dijo a Juan Worden

– Me he convencido de la conveniencia de discontinuar estas clases.


La opinión calificada del maestro del Jai Qu era que sus lecciones y clases resultarían inapropiadas para el trabajo de traducción y plazos deseados.

– Sería más apropiado que Ud. asista a clases de naturaleza diferente.

– ¿Clases de que tipo?

Tras una breve pausa, el maestro preguntó.

– ¿Ha considerado inquirir acerca de la traducción de su libro?

– Ya lo he hecho.

– En Jai Qu. – agregó.

Las regalías de la traducción eran suficientes para realizar, con holgura, un viaje personal a Jai Qu.

Worden había considerado este viaje en el pasado. Habiéndolo evaluado imprescindible más tarde o más temprano, prefirió postergarlo.

Propuso al maestro del Jai Qu continuar con las lecciones como hasta entonces durante un tiempo más. Un año más. Quizás dos.

Durante el transcurso de este tiempo consideraría la organización y realización de este viaje.

Su maestro permaneció en silencio.

Worden conocía lo suficiente para interpretar este silencio como una negativa inamovible.

Respondió, tras una breve evaluación del asunto.

– Considere esta clase discontinuada hasta regresar del viaje.


Decidido a quedarse hasta dilucidar la cuestión de la traducción, adquirió un pasaje con regreso abierto.

En rigor, fue suficiente unos pocos días.

Durante el resto del tiempo hizo algo de turismo. Conversó, en inglés, con locales. Recorrió librerías y bibliotecas, parques, barrios de los suburbios.

Tras su regreso solicitó una cita con el maestro del Jai Qu, a quién informó.

– Está Ud. en lo cierto. Se suspenden estas clases.


continúa…


  1. the Web is a joke. The Web was done by amateurs – [A conversation with Alan Kay, 1994] – Alan Kay.
Esta página se imprimió el día 2024-12-23 a las 15:29:26 hora ARG.
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