Breves
de Belvile
Hecho en América

Industrias Químicas América, la América o América sin más en palabras de los habitantes locales, se emplazaba sobre uno de los laterales de la pequeña ciudad que lo era únicamente durante censos formales y con motivo de solicitar asignaciones presupuestarias.

Circulando hacia la ruta un disimulado desvío de camino angosto de ripio conducía hacia el camino de circunvalación.

Desde allí se llegaba al Cementerio, a los bosques, un descampado ralo con alguna ocurrencia de vegetación en forma de arbusto seco, grama amarillenta y árboles de uniforme coloración gris, y por último a la fábrica.

Fábrica y bosquecito poseían alguna celebridad lúgubre entre locales, sostenida por mitos y leyendas de pueblo.

Desde su construcción, 50 años antes, se comentaba que algunos jóvenes desaparecidos del pueblo se habían desvanecido en los bosques.

La fábrica química terminaba su jornada diurna a las 18 hs. La mayoría de sus trabajadores regresaba a sus hogares en la combi dispuesta por la empresa, aunque en ocasiones algunos de ellos elegían caminar por la circunvalación.

Uno de ellos era Kurt.

Kurt había conseguido su puesto de operario de bajo rango en la fábrica por recomendación e influencia de su, nombradamente, tío. Sin existir relación de parentezco, el hombre había asumido para sí la tarea de velar descuidada y esporádicamente por el joven Kurt, quién sabe a cambio de qué favores o beneficios para sí mismo en el pueblo.

En las primaveras, cuando el frío menguaba y el calor aún no agobiaba, Kurt recorría el camino a través del bosquecito, frente al tanque de la fábrica primero y al Cementerio después, para conectar con la primer calle de asfalto que indicaba el regreso a la civilización.

Tal sentimiento de foraneidad se sentía y expresaba dentro de la fábrica, al punto de nombrar ir al pueblo para expresar volver al centro del pueblo. La fábrica, como bosquecito y Cementerio, siempre fueron parte del pueblo.

Sobre el camino de circunvalación a la altura del tanque el aire se enrarecía. Los ojos picaban ligeramente y lagrimeaban. Se respiraba un aire áspero en la garganta. El cabello se electrizaba.

Los mitos del pueblo lo atribuían a brujerías y fantasmas. Los trabajadores de la América, más pragmáticos, al hidróxido de sodio, uno de los compuestos químicos usados en el proceso industrial del tanque.

Fue durante estas caminatas que Kurt conoció a María.

María atendía uno de los puestos de flores frente al Cementerio.

Durante las tardes, poco antes de cerrar, María acomodaba una banqueta pequeña sin respaldo en la vereda, junto a un cajón de flores, para observar remolinos de viento y ramas secas volar sobre el ripio de la calle desierta.


Se ignora cuándo o dónde comenzaron el romance. En el pueblo hay quien dice que María ofreció lugar en su pequeño automóvil para volver al pueblo. Oferta que Kurt aceptó con desconfianza primero, y con ansias luego.

Durante esos años Kurt manifestó la serie de transformaciones esperables en quién conoce la felicidad por primera vez en su vida.

Comenzó a cuidar su aspecto personal. Sábados por la mañana caminaba por el centro para admirar y elegir vestimenta. Cambió sus hábitos. Comenzó a realizar ejercicio a diario.
Adquirió un dije de un material opaco, sin brillo, que colgaba desde su cuello sobre su pecho. – ¿Qué es? – Una artesanía. Hecho en América. – ¿Tiene poderes sobrenaturales? – Ninguno. Aunque se comenta que el material con el que fue construído es indestructible. – ¿Lo es? – No lo creo.

El romance concluyó cuando María fue trasladada hacia otra sucursal de la florería en un pueblo algunos cientos de kilómetros de allí.

Los motivos del traslado fueron ambiguos. No es conveniente que continúe aquí dió como única explicación.


Kurt intentó mantener el contacto sin éxito. Tal se probó impractible en la cotidianeidad.

Los problemas en el pueblo comenzaron cuando Kurt perdió el rastro de María por completo. La línea telefónica le informaba un número fuera de servicio. Las cartas se extraviaban, con seguridad sin dejar nunca la oficina del correo del pueblo que escrutaba cada envío saliente y entrante.

Kurt comenzó a indagar en la florería y en el Cementerio. Cuando disponía de algo de tiempo y dinero buscaba rastros en los pueblos vecinos.

De tal modo supo que el nombre María era otro, tal como el nombre de la nueva empleada de la florería no era aquel que presentaba al público.

Al parecer, los traslados eran planeados y programados como sistema. Fue el administrador de una de las florerías de pueblos vecinos quien utilizó las mismas palabras que María para justificarlo. No es conveniente que las chicas se queden mucho tiempo en el mismo lugar.


Como su romance, la primer amenaza hacia Kurt ocurrió en el camino entre la fábrica y el pueblo.

Un automóvil sin patente se detuvo frente a él. Dejáte de joder con tus preguntas, o no te va a gustar, oyó Kurt del conductor del automóvil destartalado, los vidrios tan sucios de tierra y marcas de limpiaparabrisas que impedían ver quién o qué se encontraba dentro.


El jóven Kurt desapareció un día de primavera.

Se lo vió por última en la América, en el horario del término de la jornada laboral.


Las excursiones al bosquecito eran habituales durante las vacaciones estivales entre niños de edad escolar.

Solían ir en bicicleta. En parte alimentados de mitos de pueblo, en parte de lecturas y videos de aventuras, buscaban tesoros enterrados, fanstamas, animales fantásticos y brujas.

El niño que se presentó en la tienda de deportes para adquirir antiparras pagó en efectivo con un único billete arrugado, húmedo y maloliente.

El comerciante preguntó si planeaba realizar natación durante el verano. El niño respondió con una sonrisa en la que faltaba un diente.

Con antiparras, barbijo y bicicleta se dirigió hacia el bosquecito. Esta vez iría sólo. Nadie se había atrevido acompañarlo en esta expedición.

Entró al predio del tanque a través de un faltante de alambrado, 100 o 200 metros en la parte posterior del predio.

Ingresar al tanque ofreció algo más de dificultad. Debió forzar las rejas de hierro de una ventana pequeña, carcomidas por los vapores de la soda caústica, por la lluvia y por el tiempo.

El tanque lucía como un silo gigantesco de 20 metros de alto y 50 metros de diámetro.

Para su sorpresa, descubrió que el interior del silo era en su mayoría espacio hueco, con la excepción de algunas máquinas eléctromecánicas, una oficina delimitada con precariedad con biombos de cartón y un tanque de dimensiones más pequeñas, de un material similar al PVC.


El interior hueco del tanque externo de hierro oficiaba de aislante del tanque interno de plástico.

Quizás por este motivo su grito no se oyó ni en el camino de circunvalación.

Al descorrer algunos centímetros el mecanismo de la tapa superior del tanque el niño observó lo que parecía ser una sopa burbujeante, espesa y nauseabunda de trozos de carne sin forma, entre los que pudo reconocer algunos pares de pies y de manos.

En el pueblo hay quién afirma que dentro de la sopa de fertilizante burbujeante de cadáveres en soda caústica frente al Cementerio se hallaba el dije de Kurt, resistente a la corrosión de ácidos y de sustancias caústicas.

Esta página se imprimió el día 2024-12-23 a las 12:03:21 hora ARG.
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