Someone screamed – Pink Floyd – The Final Cut
Con su último aliento, tras 2 días de caminata de montaña, el hombre hizo pie en el descanso de roca y precipio.
Se acercó con prudencia a la niña, quien permanecía de pie, dos pasos de distancia del límite entre la roca y el precipio.
Rupi no volteó a mirar al hombre ni desvió su mirada del horizonte. Tampoco emitió sonido ni mostró interés en realizar ningún movimiento.
– Sabía que iba a encontrarte aquí dijo el hombre, aún respirando con dificultad tras el esfuerzo de la caminata.
Silencio.
– Rupi, estás siendo irracional. Son tan solo leyendas oídas de viejos magos, de brujas aún mas viejas, de ancianos más cerca de la locura que de la sabiduría. Estás comportándote como una niña.
Por primera vez Rupi giró su cabeza para observar al mago, quien la había criado y cuidado desde que la hallara.
– Soy una niña le dijo en tono seco, seguro y obvio. La respuesta más adulta y lógica que el mago escuchara en décadas.
– Sabés qué quiero decir, Rupi. Son leyendas. Historia antigua. Maldigo la hora en que esa hechicera relató aquellas historias junto al fuego.
Rupi continuaba mirando hacia el horizonte, los ojos apenas entreabiertos para amortiguar el sol de frente que comenzaba su descenso diurno tras las lejanas montañas cruzando el valle.
– ¿Qué esperás que suceda?
– Aguardo la llegada de los míos.
El mago dirigió su mirada al suelo con un leve resoplido, negando con su cabeza, mas no dijo nada.
Permanecieron de ese modo durante media hora.
La luz del poniente ya comenzaba a ceder su lugar a las primeras sombras vespertinas que bajaban desde lo alto de las montañas, frente a ellos, hacia el valle.
– Pronto habrá que regresar, Rupi. Antes que oscurezca por completo. Es un día y una mañana de descenso. Debemos llegar al refugio en dos horas, o dormiremos a la intenperie. Por fortuna es luna llena.
Tras un breve silencio, Rupi se acomodó. Alzó su cabeza, llenó sus pulmones de aire tanto como pudo.
Gritó hacia la montaña tanto y tan fuerte como le resultó posible.
Su grito resonó en el valle, reproduciendo ecos en todas direcciones.
Un grito prolongado, agudo, tanto como su fuerzas se lo permitieron.
El grito resonó en eco hasta extinguirse minutos después entre los sonidos habituales del río y arroyos. Canción de cuna de Rupi desde que aceptara aquel valle acogedor, bello, abundante y amigable como su propia morada.
Entonces miró al mago. El mago, cuyo ojo percibía más que aquello que otras miradas observan, encontró algo de desafío y de seguridad en esa mirada. No evitó ni deseó evitar un incipiente escalofrío trepando por su espina dorsal. Había encontrado antes miradas similares. Aunque nunca en alguien tan joven.
La mañana siguiente comenzó en el refugio al clarear los primeros rayos del día a través de la ventana.
El mago convidó un trozo grande de galleta seca que sacó de su bolso de montaña y que partió en trozos más pequeños.
Tras el desayuno continuaron el descenso.
El mago intentó una vez más sus argumentos. – Son leyendas, Rupi. Historias viejas de aldeas aún más antiguas.
Rupi nada decía aunque en ocasiones detenía su marcha para observar al mago, esperando ampliara su argumento. En tales ocasiones el mago reanudaba la marcha sin decir palabra.
Casi finalizando el día de descenso el mago se detuvo, inmóvil. Su mirada fija frente a él. Intetaba percibir algo. Quizás un sonido. Posiblemente una presencia.
Rupi, delante del mago, se detuvo con el cese del sonido de los pasos del mago sobre piedras y arbustos secos. Giró sobre sí misma.
El mago observó el maxilar inferior de Rupi cayendo brevemente. Su mirada fija en el horizonte. Giró el también sobre sí mismo.
En la montaña, sobre el horizonte, se aproximaba una nube de tormenta.
Aún lejana, un punto oscuro comenzaba adquirir superfice produciendo una sombra que avanzaba tenebrosa sobre el valle.
La tormenta se aproximaba con rapidez. Rupi la observaba con asombro. El mago con seriedad. Seriedad más severa que la suya habitual.
En el instante que la nube los cubrió el mago hincó su rodilla sobre el suelo, protegiendo su cabeza con sus manos.
Rupi permaneció de pie.
El primer dragón, aquel que dirigía la avanzada de los cientos como él que le seguían, voló sobre ellos, dejándolos detrás en apenas segundos.
Observaron la procesión en el aire con admiración y con encantamiento.
Cada aleteo de sus alas producía el sonido de cientos de cuchillas aceradas silbando al unísono en el viento. Algunos dragones cantaban sobre el valle produciendo gritos y corridas de terror y de pánico en la aldea.
De lo alto de la nube uno de los dragones se apartó a velocidad del rayo para comenzar su descenso en círculo alrededor del mago y de Rupi.
Encontrándose a tiro de lanza extendió sus patas delanteras para aterrizar pocos metros frente a ella.
Miró la niña en sus ojos.
– Aquí estamos, le hizo saber.
– ¿Puedo comprender su lengua? preguntó Rupi, maravillada.
– No. Los magos que comprenden nuestra lengua se cuentan con los dedos de las manos. El mago que la acompaña la comprende. Y la habla.
El mago asintió con su cabeza en solemne muestra de respeto.
– Aunque únicamente los dragones la hablamos con fluídez. Siendo estrictos, no estamos hablándola en este instante.
Entonces Rupi comprendió que el dragón no emitía sonidos ni habría sus fauces durante la conversación.
– ¿Cómo lo oigo? preguntó.
– Los dragones nos comunicamos a través del pensamiento directo. Hablamos todas las lenguas de los mortales. Soy yo quien traduce a tu lengua.
– ¿Puede leer mis pensamientos?
– Sí. Los interpretamos. Tus pensamientos se expresan como materia, vibraciones y energías. Quien posea la capacidad de observar ese conjunto y sepa cómo ha de interpretarse conoce pensamientos, recuerdos, deseos, sentimientos y emociones.
– ¿Todos los dragones hacen eso?
– Nuestra lengua no posee una palabra equivalente a ‘todos los dragones’. Somos un único saber, sentir y conocer con cada individuo. A la vez individual y todo. Respondiendo tu pregunta en términos de la lengua que moldea aquello que les es dado concebir y de aquello que les es vedado hasta imaginar, la respuesta es sí.
– ¿Son todos los dragones buenos?
– No todos, no. Hay dragones que utilizan sus fuerzas para cometer abusos, para producir miedo, para perjudicar, para beneficiarse ellos mismos, para engañar y mentir. Aunque ninguno de ellos se encuentra en esta manada.
– ¿Pueden leer la mente para que todas las personas sean buenas?
– No. No debemos someter ni forzar a nadie para realizar actos contra su voluntad. En ocasiones las personas cometen actos voluntarios perjudiciales para sí mismos. En tales ocasiones no debemos intervenir.
– ¿Por qué alguien querría cometer actos perjudiciales contra sí mismo?
– Por muchos motivos, Rupi. ¿Te gusta el helado?
– Sí.
– Si en uno años te dijeran que debes dejar de tomar helado para sentirte mejor, ¿lo harías?
– Sí.
– Sé que lo harías. También sé que resultaría sencillo para tí porque ya has tomado suficientes helados. Los extrañarías en el comienzo pero pronto dejaría de tener importancia para vos. Diferente es para quién ha deseado algo durante mucho tiempo y nunca ha podido tenerlo o hacerlo. En esos casos con seguridad continuará deseando y tomando helado aunque se perjudique a sí mismo, durante años, hasta colmar su deseo para renunciar por su propia voluntad, recién entonces, al tal deseo.
– Comprendo.
El dragón extendió una de sus alas. 30 metros de escamas afiladas como cuchillas de acero capaces de cortar el palo borracho más grueso o el algarrobo más duro de un sólo sesgo sin esfuerzo.
– ¿Deseás subir?
Rupi asintió.
– Por las escamas lisas. Conducen al lomo. Al llegar al lomo, poco antes del comienzo del cuello, se encuentra una cavidad en la que estarás a salvo durante el vuelo. Asíte de las esquemas frente a ella y en sus costados.
La niña así lo hizo.
Cuando la niña se hubo acomodado el dragón realizó un simulacro de despegue para que la niña pudiera ubicarse en su posición con seguridad. De inmediato dió un salto y levantó vuelo.
En algunos minutos se encontraban entre el resto de la manada.
[*] El cuento es una escenificación libre de una escena de la Tetralogía de Terramar (Un mago de Terramar, Las tumbas de Atuan, Las costa más lejana, Tehanu), de la escritora canadiense Úrsula K. Le Guin