Breves
de Belvile
Próceres de carne y hueso

El prócer Martulino Patricio de Cordillero Babucha es conocido por los consejos que, antes de fenecer, dejara a su hija, Martulina Tamarinda Beltroncio de Costillar.

A continuación se transcribe un extracto de las Máximas a Tamarinda.


Querida Tamarinda,

¿Qué es el amor?

El amor erótico entre adultos, cierto tipo de amor, el amor que algunos adultos experimentarán, aquellos que sean afortunados, una vez en su vida ha de ser similar con desear y parir un hijo.

Este tipo de amor crece en uno, es uno, y son dos. Se concibe, imperceptible al comienzo, se decide si ha de prosperar, se lo cuida, se lo nutre, se lo ama, se lo disfruta, se lo sufre, se lo angustia, se lo insomnia, se lo aprende.

Llegado cierto instante este amor adquiere autonomía. Nos excede. Se hace uno en sí mismo. Se arranca él mismo del cuerpo propio.

Se aprende a vivir sin este amor. Como se aprende a vivir sin tantas cosas. Pero, desde ese instante, uno es uno que ya es otro.

Algo propio, algo nuestro, ya no es más. Uno que era siendo uno y siendo dos cesa de ser.

Se llora. Durante años se llora.

Se lo busca en vano.

Se lo cree encontrar en todos lados. En cualquier lado. En algún lado.

Pero no. Nunca es. Siempre es otro. Siempre era otro. Siempre fue otro.

Se intenta imitarlo con torpeza hasta convencerse que aquello que se añora ya no será.

Peor que eso. Hasta comprender que aquello que se extraña y se desea ya no podría ser.

Sería más preciso decir que se aprende a morir sin este amor.

Se lo extraña.

Cada día se lo extraña.

Se anda incompleto. Se anda averiado.

En ocasiones, se reconoce algún otro igual de averiado.

Como se reconoce el origen de un acento imperfecto. Como se reconoce un defecto conocido. Como se reconce aquello que funciona casi bien, pero no.

Única posibilidad de comunicación cuando lo que ya no es ya no funciona. Se reconoce en la renuncia mutua de aquello que se sabe inútil siquiera buscar.

En la aceptación de los límites entre aquello que esperable y aquello que no lo es.

En el hecho innegable de compartir únicamente lo que ha quedado en pie. Lo que ha sobrevivido.

Quizá no esté mal andar averiado e incompleto, amada Tamarinda.

No hay lugar ni hay tiempo para el maltrato entre dos que se saben y se reconocen sobrevivientes.



Mas nunca, en ningún momento, ni cuando aquello que estaba vivo cesa de existir, se acaba de amarlo.

Esta página se imprimió el día 2024-12-23 a las 21:58:01 hora ARG.
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