James Usher se crió huérfano.
Siendo aún niño de pecho su madre y su tío murieron en un confuso episodio.
Nunca conoció con certeza los detalles. Quizás debido a la presencia de algo monstruoso en ellos.
Huérfano de padre y de madre, la Sra. Kurtia lo adoptó para su crianza, más por pena que por deseo.
La Sra. Kurtia poseía uno de los pocos hostales de hospedaje en el pequeño pueblo.
El pueblo era uno de los típicos pueblos de turismo de la región. Su número de habitantes permanentes se contaba con menos de 3 dígitos.
La principal atracción del pueblo era su fantástico lago. La leyenda rezaba que debajo del gélido lago existía un monstruo cruza de tigre, dinosaurio y ballena. No existían pruebas concluyentes de su existencia.
El pequeño James Usher creció en el entorno del hostal, en compañía de la Sra. Kurtia y de los turistas ocasionales.
Al volverse la Sra. Kurtia demasiado anciana para continuar administrando el pequeño hostal pidió a James tomar la administración a su cargo. James Usher tal lo hizo, con similar presteza y diligencia que la de la Sra. Kurtia.
Los modos de James Usher eran suaves y silenciosos. Rara vez se lo oía aproximarse o retirarse de una habitación. Sus palabras eran escasas y funcionales. Jamás levantaba la voz, hablando prácticamente entre susurros.
La iluminación en el hostal se mantenía tenue en toda ocasión. Las cortinas al exterior siempre cerradas.
Tales modos los había adquirido de la Sra. Kurtia. La Sra. Kurtia, a su vez, los imitaba de los modos de los huéspedes más refinados que el hostal hubo alojado en el pasado.
Al criar al jóven James, la Sra. Kurtia evitaba nombrar ciertos sustantivos, verbos y adjetivos por considerarlos inapropiados. Los reemplazaba por metáforas, gestos o alegorías que ejerció hasta que el jóven James comprendió su significado, sin mediar explicación.
O creyó comprender.
Cuando oyó la campana de la puerta de entrada al hostal, a las 7:00 en punto de la mañana, James Usher susurró de modo suficientemente audible desde el vestíbulo del hostal.
– La puerta no tiene llave. Puede ingresar, si lo desea.
No oyó ningún movimiento durante 3 minutos.
Se acercó a la puerta.
Del otro lado de la puerta se encontraba un caballero alto, delgado, vestido con elegancia y sobriedad, y un jóven adolescente de rasgos similares.
– Buen día. Deseamos hospedarnos durante algunas noches en el hostal.
dijo a James Usher.
James se sorprendió. No esperaba encontrar alguien.
– Por favor, adelante. Está abierto.
– Gracias. Mi nombre es Roman. Él es mi hijo.
El hijo del Sr. Román apoyó brevemente su equipaje sobre uno de los sillones del recibidor.
El Sr. Román dijo con voz dulce pero firme.
– Hijo.
Lo miró a sus ojos durante dos segundos sin ninguna expresión. De inmediato su hijo retiró el equipaje del sillón, colocándolo sobre el suelo.
– Disculpe.
dijo el hijo, dirigiéndose a James Usher.
Tal proceder pudo observar James Usher en repetidas ocasiones.
El Sr. Román parecía comunicarse con su hijo sin mediar palabras.
En cierto sentido, algo similar había ocurrido entre la Sra. Kurtia y él mismo. Aunque algo en la naturaleza de las comunicaciones del Sr. Román era diferente de la de la Sra. Kurtia.
James Usher no supo dilucidar qué.
Antes de dejar el hostal el Sr. Román conversó brevemente sobre su propio lugar de residencia.
Un país en el extranjero llamado Lullvanía.
El Sr. Román lo describió como un bello lugar para vacacionar, informando la existencia de un hostal similar al de James Usher, si alguna vez deseara vacacionar allí.
James agradeció la invitación, aunque rara vez dejaba el pueblo.
Unos 6 meses transcurridos desde que el Sr. Román se alojara en el hostal arribó un contingente de turistas.
La mayor parte de ellos eran jóvenes. Algunos adultos entre ellos parecían comandar el contingente.
Durante su estadía, uno de los adultos informó a James Usher poseer una agencia de turismo. Se encontaban realizando uno de los paquetes ofrecidos a los jóvenes turistas.
Durante las tardes, al instante del atardecer, solía aproximarse al salón de estar para conversar brevemente con James Usher acerca de la industria del turismo y del pueblo de James.
Antes de dejar el hostal mencionó un paquete de turismo ofrecido para conocer una cantidad de sitios diferentes. Entre ellos se encontraba Lullvanía.
Invitó a James Usher a realizar alguno en carácter de colega de la industria.
Transcurrido un año desde aquella invitación, James Usher aceptó esta invitación.
Viajaría de vacaciones a Lullvanía.
Poco tiempo transcurrido desde su llegada a Lullvanía, James Usher se encontró por casualidad con el Sr. Román mientras aguardaba mesa para cenar en bonito local.
Sin atreverse a saludar, fue el Sr. Román quién se aproximó con afabilidad para inquirir si era James Usher, el jóven administrador del hostal. James así lo confirmo.
Tras el intercambio de saludos inicial y una breve conversación, el Sr. Román extendió una invitación a su casa en Lullvanía mientras James estuviera allí.
James Usher aceptó con gusto.
James Usher conoció la familia del Sr. Román.
El encuentro transcurrió sin sobresaltos. El Sr. Román demostró ser un anfitrión extraordinario.
Comenzando la tarde, el hijo del Sr. Román, aquel que James conociera en su hostal, olvidó descuidadamente su tasa de té sobre la pequeña mesa de té de la sala de estar.
El Sr. Román dijo con voz dulce y suave
– Hijo. Olvidaste el pocillo en la mesa. ¿Serías tan amable de llevarlo a la cocina? Mientras estás en eso, ¿encenderías la cafetera?
El hijo respondió con una broma que causó una sonrisa en el Sr. Román, a la vez que levantaba el pocillo.
James observó la escena absorto.
En el instante en que el hijo dejó la habitación, el Sr. Román preguntó a James.
– ¿Sorprendido?
– Un poco.
– No lo esté. Es habitual bromear y mantener conversaciones explícitas en el ámbito familiar.
– ¿Por qué nunca lo hicieron en el hostal?
– Porque allí somos visita. Aquello que está permitido en nuestro hogar podría no estarlo en el hogar que nos hospeda. Por ese motivo no cruzamos el umbral de la puerta al tocar la campana.
– ¿Esperó una autorización para entrar al hostal?
– Más que la mera autorización formal. El deseo y la voluntad del anfitrión de invitar a pasar.
– Pero durante su estadía se comunicaban con la mirada…
– Así es. Únicamente en aquellos sitios en que estamos de visita. Siendo foráneos no es correcto manifestar opiniones o discutir asuntos propios de la localidad que nos hospeda. Tal es potestad del anfitrión, no nuestra.
Mas estando en nuestro ámbito no tiene sentido evitar nombrar de modo explícito aquello que de visita referimos con decoro. Aquello que gozamos y sufrimos en nosotros mismo siempre se puede y se debe nombrar.
Es nombrando de este modo que construímos el lenguaje del decoro.
Lo he invitado a nuestro hogar para dejar en claro esta cuestión, que considero de vital importancia.
James Usher agradeció la invitación mucho tiempo antes de comprender aquello que el Sr. Román le hubo manifestado.
Transcurridos algunos años la fisonomía del Hostal de James Usher comenzó a cambiar.
Aunque aún conservaba su formas silenciosas y suaves, las aplicaba únicamente para no importunar sus huéspedes.
El Hostal mejoró su organización y su servicio, fruto de reuniones semanales para discutir problemas y soluciones de modo abierto, explícito y lógico.
En el instante de nacer su primer hijo ya no existía ningún tópico que no pudiera referir de modo claro, explícito y racional.
Fin.